Jair Villano
Tiene una fascinación por los oficios poco remunerados: no estudió literatura por temor a ser profesor, y se aventuró al periodismo; se aburrió rápido del “mejor oficio del mundo”, y se abocó a la literatura; luego comenzó a comentar los libros que leía (los que le gustaban y los que no), y pasó al ensayo y la crítica. Y como si fuera poca la conchudez: ahora último su obsesión es la pregunta por el ser, por el Dolor, por las cosas que dan por hechas las cosas —el mundo es más abstruso de los que muestran las noticias— : la filosofía. “¡¿Por qué?!” -preguntaba una mujer que vivía con él. "Porque en el fondo mi pasión es pensar, y esto, se sabe, no deja hacer nada". De la aspiración por la magnum opus pasó a deseos terrenales —el padre Nietzsche tenía razón: la existencia es un eterno retorno—: compartir sus reflexiones literarias en eso a lo que en principio le tenía pavor: un aula de clase.